martes, 21 de octubre de 2008

LA URBANÍSTICA DEL SIGLO XIX


PLAN HAUSSMANN. PARÍS desde 1848


WALTER BENJAMIN

La urbanística parisina. Haussmann o las Barricadas

El ideal urbanístico de Haussmann eran los escorzos perspec­tivos por medio de largas fugas de avenidas. Ello corresponde a la tendencia que se observa continuamente en el siglo xix de ennoblecer necesidades técnicas con finalidades artísticas. Las instituciones de dominio mundano y espiritual de la burguesía debían encontrar su apoteosis en el marco de las grandes arterias urbanas. Algunas avenidas se cubrían, antes de su inauguración, con una lona y, por tanto, se descubrían como si fueran monumentos. La actividad de Haussmann se encuadra en el idealismo napoleónico. Este último favorece el capital financiero. París asiste a un florecimiento de la especu­lación. El juego de la bolsa exterioriza las formas del juego de azar heredadas de la sociedad feudal. A las fantasmagorías del espacio, a las que se abandona el fláneur, corresponden las del tiempo, en las que se pierde el jugador. El juego transfor­ma el tiempo en un estupefaciente. Lafargue interpreta el juego como una reproducción en pequeño de los misterios de la coyuntura. Las expropiaciones llevadas a cabo por Hauss­mann hacen surgir una especulación fraudulenta. La jurisdic­ción de la corte de casación, inspirada por la oposición burguesa y orleanista, aumenta el riesgo financiero de la «haussmannización». Haussmann trata de reforzar su propia dictadura y de imponer en París un régimen de excepción. En 1864, en un discurso a la Cámara, expresa todo su odio por la población déracinée de la metrópoli. Esta crece sin cesar precisamente a causas de sus empresas. El aumento de los alquileres expulsa al proletariado a los suburbios. Los barrios de París pierden así su fisonomía específica. Surge el cinturón rojo. El mismo Haussman se ha definido como un «artiste démolisseun>. Se sentía llamado a desarrollar su propia obra y así lo declara expresamente en sus memorias. Haciendo esto aleja a los parisinos de su ciudad. Ya no se encuenfran a sus anchas y comienzan a tomar conciencia de lo inhumano de las grandes metrópolis. El Paris monumental de Maxime du Camp debe su génesis a esta conciencia. Las Jérémiades d'un Haussmannisé le dan la forma de un lamento bíblico.

El verdadero objetivo de los trabajos de Haussmann era garantizar la seguridad de la ciudad ante la guerra civil. Quería hacer imposible para siempre el levantamiento de barricadas en París. Con este fin ya Luis Felipe había introducido el adoquinado de madera. No obstante, las barricadas habían jugado un papel importante en la Revolución de Febrero. Engels se ocupa de la técnica de las luchas callejeras. Haussmann las quiere impedir de dos modos. La anchura de las calles debe hacer imposible el levantamiento de barricadas, y las nuevas calles deben establecer la unión más rápida entre los cuarteles y los barrios obreros. Los contemporáneos bautizan la operación «I'embellissement stratégique».

(De Paris. Hauptstadt des 19. Jahrhunderts, en Schriften, 1955.)

GIUSEPPE SAMONA

El París de Haussmann

Se suele repetir que el gran París, transformado por el Segundo Imperio, es obra de la voluntad tenaz y combativa de Haussman, este extraordinario prefecto con genio, que tuvo la primera y quizá la más grandiosa visón que se pudiera imaginar para el prestigio del Estado moderno, de una capital, en la que la trama edificatoria tenía una estructuración impo­nente, espectacular por el corte de las arterias, por la grandio­sidad de las plazas y por la continuidad de frentes arquitectó­nicos, que alcanzan su monumentalidad por la repetición de una unidad determinada. Esta idea de Haussmann se difundió en el mundo europeo y, con la excepción de Londres y quizá de las ciudades holandesas, muy singulares por su espíritu mercantil y su configuración característica, muy pocas gran­des ciudades, y sobre todo ciudades capitales, dejaron de sufrir la influencia. Es ésta una demostración significativa de la importancia que tenía entre las aspiraciones de la clase dirigente de entonces la idea del prestigio nacional expresado en obras estables, caracterizados de forma monumental por un ambiente compuesto con grandiosidad, que fuese representa­tivo del Estado constitucional moderno. Abundan las largas calles rectilíneas de sección muy amplia, generalmente arbola­das a la moda de la época, relacionadas con plazas según una disposición axial, en las que el concepto de simetría prevalen­te se acentúa con monumentos que ilustran hechos y perso­najes de la historia más reciente, o en situación y por circunstancias más grandiosas, con arcos de triunfo, obelis­cos, etc. Estos, situados en las directrices, constituyen la gramática del esquema ideal en este tipo de configuraciones del centro ciudadano decimonónico, que tuvo infinitas varian­tes en su aplicación dependiendo de la importancia de la ciudad, de su estructura preexistente, M carácter de las situaciones y los acontecimientos históricos locales, determi­nantes de una mayor o menor acentuación de los valores monumentales sobre los de utilidad práctica.

En París, este esquema encontró su expresión más original y grandiosa, lo que desmiente casi todas las críticas negativas dirigidas contra la obra realizada por Haussmann. El, como es sabido, concluyó con grandiosidad un vastísimo programa de transformaciones que en parte se atenían a las soluciones propuestas en trabajos precedentes y a los acontecimientos y obligaciones de variada naturaleza; de manera que puede decirse que no fue el único en contribuir al extraordinario resultado del París moderno. Intervino, ante todo, en la naturaleza de la forma urbana preexistente, puntualizada por grandiosos complejos monumentales, entre los que predominaban las plazas de los siglos XVII y XVIII, el poderoso conjunto de los Inválidos, y por encima de todos ellos la secuencia monumental, única en el mundo, del conjunto: Isla de la Cité, el Louvre, las Tuileries, los Champs Élysées, I'Etoile. Este conjunto, que se extiende en una larguísima banda poco profunda de este a oeste de la ciudad, constituía por su forma el embrión natural de una grandiosa directriz urbana, y esa es la función que le fue asignada al seleccionarlo como idea base de todas las urbanizaciones decimonónicas.

Este hecho es esencial y se destaca en seguida ya que explica la excelencia de los principios del plan decimonónico y la naturaleza de las transformaciones que mantuvieron este grandioso ambiente en su compleja totalidad de palacios, pabellones reales y parques a la italiana, y cambiaron en cambio de forma radical la función predominante de parque que poseía hasta los tiempos de la Revolución Francesa. (...)

Esto... se puede observar en lo que interesa a la urbanística de nuestros días: se trata de que todas las observaciones negati­vas hechas al gran plan parisino revelan generalmente falta de sentido histórico por parte de quien las ha lanzado. Se refieren a lo inoportuno de abrir ciertas calles cuando existían otras muy cercanas que habrían podido desempeñar con retoques la función de las nuevas; pero hemos visto las razones vitales que, más allá del estricto horizonte de cierto tecnicismo, orientaron la elección de nuevas avenidas, abandonando las viejas como inadecuadas para las cualidades más intrínsecas a las que las nuevas debían corresponder. Una observación vacía y superficial es la que condena la especulación inmobi­laria que con frecuencia guió determinadas elecciones; puesto que tal especulación era connatural a la nueva dimensión histórica de la sociedad y sin duda no podía eliminarse de golpe, el hecho de haberla sabido guiar, como se hizo, sin interrumpir la coherencia del programa, ha sido prueba de una concreción de amplias miras que, si acaso, ha de subrayarse con un juicio plenamente favorable. Aún más inconsistentes, a pesar de la aparente abundancia de los argumentos, son las que se hicieron a los criterios de circulación y que apuntan, por ejemplo, al modo inadecuado con que se realizaron los enlaces con las diferentes estaciones ferroviarias: como si entonces (por fortuna para la época) el problema de la circulación tuviera el mismo peso que tiene hoy para nosotros, y se pudiera prever que, donde llegaban cien viajeros en un día, habrían de llegar en el futuro diez mil; y sobre todo que, por donde caminaban peatones y pasaban carruajes solamen­te por decenas, habrían de pasar automóviles a millares, ¡amenazando al peatón! Problemas, todos, que pertenecen a nuestro tiempo y que sólo una crítica fácil puede hacer corresponder a aquella época cayendo en un ingenuo anacro­nismo y con una falta absoluta de sentido histórico. Es útil recordar que Giedion (que, por otra parte, ilustra con intere­santes observaciones la obra de Haussmann y la defiende con acierto), a propósito de la apertura de la Avenue de I'Opéra, rechaza las puntual izaciones que se han lanzado y añade que «en realidad, si esta, calle no existiera, la circulación del tráfico sería hoy imposible en París». Observación que, aunque está basada en un dato real, no puede tener ninguna referencia con las ideas de Haussmann sobre el tráfico de su época: induda­blemente si, por absurdo, estas ideas hubieran tenido que depender de las nuestras y hubieran debido prever nuestros problemas, la sistematización urbanística de París habría sido un error colosal, ya que todo se predispuso, entonces, para canalizar el tráfico del modo más directo posible hacia el centro, y en vez de todo el sistema de ejes se debía haber recurrido, para dimensionarlos, al problema del tráfico como lo vemos hoy, es decir, con ejes exteriores, circulaciones periféri­cas, ningún medio de atravesar directamente la ciudad, sino simples penetraciones, ninguna estación en la ubicación fijada entonces, sino mucho más lejanas y en localizaciones más coherentes con el sistema circulatorio externo. Es cierto que ni esto, ni nada semejante, ni siquiera de modo embrionario, se hizo ni fue previsto a largo plazo; y no era posible otra cosa. Me doy cuenta de que el sentido profético de Haussmann en materia de tráfico urbano recibió una fuerte sacudida, y me desagrada por los críticos que lo han resaltado; pero me regocija, porque aquella falta de sentido profético permitió hacer un París como el que vemos, bellísimo a pesar de todo. Lo que demuestra, también respecto a los urbanistas de entonces, hasta qué punto son marginales los problemas del tráfico si los observamos en el conjunto bastante más rico y significativo del conjunto de la vida urbana.

(De L'Urbanistica e lávvenire della cittá, Laterza, Bar¡, 1959.)

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