domingo, 21 de septiembre de 2008

ARQUITECTOS REVOLUCIONARIOS

24 de septiembre de 2008

ÉTIENNE-LOUIS BOULLÉE 1728 - 1799
Arquitectura. Ensayo sobre el arte
Primera edición francesa a cargo de Jean
Marie Pérouse de Montclos, Ed. Hermann, París, 1968.

¿Qué es la arquitectura? ¿La definiré, con Vitruvio, como el arte de construir? No. En esta definición hay un error de bulto. Vitruvio confunde el efecto con la causa.
Hay que concebir para ejecutar. Nuestros primeros padres no construyeron sus cabañas hasta después de haber concebido su imagen. Es este fruto del espíritu, esta creación, lo que constituye la arquitectura, a la que por tanto podemos definir como el arte de producir y llevar a su perfección cualquier edificio. El arte de construir no es pues más que un arte secundario, que nos parece propio llamar la parte científica de la arquitectura.
El arte propiamente dicho y la ciencia, he aquí lo que creemos necesario distinguir en la arquitectura. La mayoría de los autores que han escrito sobre esta materia se han limitado a tratar la parte científica. Eso parecerá natural por poco que se piense en ello. Había que estudiar los medios de construir sólidamente antes de intentar construir de forma agradable. Al ser la parte científica de primera necesidad y por lo tanto la más esencial, los hombres se dispusieron naturalmente a ocuparse de ella en primer lugar. Por otra parre hay que convenir en esto: Las bellezas del arte no están demostradas como verdades matemáticas; y aunque esas bellezas emanan de la naturaleza, para sentirlas y hacer aplicaciones felices de ella es necesario estar dotado de cualidades que la naturaleza no prodiga. ¿Qué vemos en todos esos libros de arquitectura? Ruinas de templos antiguos que nuestros sabios han desenterrado en Grecia. Por perfectos que puedan ser, esos ejemplos no están bastante difundidos como para sustituir a un tratado completo de arte. 
En el texto de Vitruvio podemos leer todos los conocimientos que debe reunir un arquitecto. Según éste, el arquitecto debe ser universal. También en el pomposo prefacio de François Blondel leemos la descripción de la excelencia de la arquitectura. Este autor nos cuenta que Dios para castigar a su pueblo le amenazó con quitarle sus arquitectos. 
Lector, voy a sorprender a usted anticipándole que ni en este pomposo prefacio, ni en el texto de Vitruvio, distingo qué se debe entender por arquitectura. Y añado que de los dos autores, ni uno ni otro han tenido la menor idea de los principios constitutivos de su arte. A primera vista mi opinión podrá parecer revolucionaria, pero mi justificación es fácil. Lo que he anticipado está sacado de uno de los dos autores que acabo de citar [...].

Examen de lo que puede darnos certezas sobre los principios constitutivos de un arte, y concretamente de la arquitectura
Lo que constituye exactamente los principios sobre los que se funda un arte es que no haya ningún medio de poder apartarse de ellos.
Por ejemplo, en el arte musical no se puede producir un acorde cualquiera si no nos sometemos a la progresión de los tonos que lo determinan. Sería una tentativa vana intentar producir un acorde de tercera, de cuarta, de quinta, etc., si no se siguiese la ley que determina esos acordes [...].
¿Cuál es pues la primera ley que constituye los principios de la arquitectura?
Supongamos una obra arquitectónica cuyas proporciones no estén perfectamente observadas; será un defecto enorme. Pero ese defecto no conseguirá herir nuestra vista hasta tal punto que no podamos soportar el aspecto del edificio; o de lo contrario ese defecto produciría en nuestra vista lo que un mal acorde musical en nuestros oídos.
En arquitectura el error de proporción normalmente sólo es perceptible a los ojos de los entendidos. Aquí se ve que la proporción, a pesar de ser una de las primeras bellezas en arquitectura, no es la primera ley de donde emanan los principios constitutivos de este arte. Vamos a intentar encontrar aquello que es imposible no admitir en arquitectura y de lo cual no podemos apartamos sin herir realmente la vista.
Imaginemos un hombre cuya nariz no estuviera en medio de la cara, los ojos a distancias desiguales, uno más alto que otro, y todos los miembros incoherentes. Un hombre así nos parecería, con toda seguridad, horrible. Aquí se plantea con toda sencillez una aplicación que conviene al tema que trato. Si imaginamos un palacio cuya entrada no estuviese en el centro, donde nada fuera simétrico, todas las ventanas estuviesen a distancias y alturas diferentes, y que no ofreciera más que la imagen de la confusión, tal edificio con seguridad presentaría un conjunto horroroso e insoportable.
Al lector le es fácil presentir que la primera ley, y la que establece los principios constitutivos de la arquitectura, nace de la regularidad, y que es tan inconveniente en este arte alejarse de la simetría como en el arte musical no seguir la ley de las proporciones armónicas.
Sin duda toda disparidad es irritante en un arte fundado sobre los principios de la igualdad. Los cuadros que resultan de la simetría deben presentarnos imágenes correctas y puras. El menor desorden, la menor confusión resultan insoportables. Debe anunciarse y reinar el orden en todas las combinaciones que provienen de la simetría. En una palabra, el compás de la razón jamás debe abandonar al genio de la arquitectura, que siempre ha de tomar como regla esta bella máxima: “No hay belleza sin mesura”.









Étienne-Louis Boullée
Cenotafio de Newton 1784

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